Rafael Courtoisie, Los mares

La sobrevida

En 1990 Rafael Courtoisie (1958) era considerado uno de los poetas más relevantes de la literatura uruguaya reciente, lugar que se había ganado con los poemarios Contrabando de auroras (1977), Tiro de gracia (1981), Orden de cosas (1986) y Cambio de estado (1990). La publicación del libro de relatos El mar interior, ese mismo año, significó una expansión de las fronteras de su obra y, por qué no, una movida arriesgada y valiente. Un año y dos décadas más tarde Casa Editorial HUM ha reeditado ese libro junto a El mar rojo (1991) y El mar de la tranquilidad (1995), bajo el título Los mares y una propuesta de trilogía; además, la figura de Courtoisie se ha desplazado y mutado: sumó a su bibliografía libros de poesía, narrativa y ensayo, además de diversas antologías; pasado este tiempo es interesante preguntarse por el destino o –a secas– la vida de estos libros.
Una manera de abordar la tarea es considerar las ficciones tempranas de Courtoisie en el mapa de la narrativa uruguaya de la década de 1990, vista desde comienzos de la segunda década del siglo XXI; no son apreciables, por ejemplo, los puentes entre los relatos de Los mares y la obra noventera de Henry Trujillo, específicamente Torquator, de 1993, y El vigilante, de 1996, que parecen –por cierta tímida vocación hardboiled– acercarse a la estética de la “crueldad” de escritores posteriores como Gabriel Peveroni, Gustavo Escanlar, Ricardo Henry y Daniel Mella; tampoco resulta fácil vincular esta primera narrativa de Courtoisie con la obra de escritores como Amir Hamed (Artigas Blues Band, 1994, y Troya blanda, 1996) o Carlos Rehermann (Los días de la luz deshilachada, 1990, El robo del cero Wharton, 1995), que han apostado por una estética quizá más desafiante o demandante desde la construcción del estilo. La lectura de Los mares, de hecho, revela un uso del lenguaje cristalino y –en apariencia– simple, que desplaza la complejidad de la obra hacia otros planos. En ese sentido, esta suerte de pretensión “meramente” comunicativa (engañosa, por cierto: los mejores cuentos de estos libros tienen muy poco de simples o sencillos), acerca a Courtoisie a cierto Mario Levrero y a los escritores “pop” de principios de los dosmiles, especialmente a Natalia Mardero.
La conexión con Levrero es especialmente visible, además, en los trabajos más ambiciosos de esta trilogía, los relatos que dan nombre a los dos primeros libros compilados, “El mar interior” (p.62) y “El mar rojo”, (p.126), que por momentos recuerdan al Levrero de “La calle de los mendigos” (en La máquina de pensar en Gladys) en tanto puesta en evidencia narrativa de una lógica ajena a la cotidiana, o a “La cinta de Moebius” (en Todo el tiempo), en tanto narración dispuesta sobre un complejo entramado subyacente de temas psicoanalíticos o incluso arquetípicos. “El mar interior”, de hecho, con su acercamiento a un lenguaje matemático, parece prefigurar lo que en España y quince años más tarde propondría Agustín Fernández Mallo en su trilogía Nocilla, en sus poemarios y en su ensayo Postpoesía, mientras que “El mar rojo”, una vez terminado, parece anclarse al inconsciente del lector a la manera de las imágenes del J.G.Ballard de la primera etapa, la de los libros El mundo sumergido (1962) o La sequía (1964), marcados por ciertas prácticas próximas al surrealismo.
Estos dos primeros libros abundan en cuentos especialmente logrados (“La caída del muro”, “Oiseau D’or” –que se acerca, junto a “El carbón blanco”, al Tarik Carson de El hombre olvidado–, “Historia policial”, “La revuelta” y “Diversiones”) que traman un diálogo tenso con la literatura fantástica o con una suerte de personalísimo “realismo hiper-ampliado” (notorio sobre todo en “Historia policial”), donde la intuición (a modo de epifanías finales –como en “La caída del muro”– o de destellos disimulados con astucia) de una irrupción inminente de un mundo maravilloso, ajeno o incluso alienígena está a punto de desplazar la lectura del texto;  el cuento “El dirigible” es paradigmático de esta tendencia, y también uno de los puntos altos del libro.
Otros de los cuentos deben su eficacia a la voz narrativa, generalmente informal y desenfadada, con ciertas marcas de oralidad que, a veces (y este es quizá uno de los territorios en los que estos libros han envejecido un poco más notoriamente), puede parecer un poco artificial contra el propósito del texto. En cualquier caso, son muy pocos los relatos o cuentos que pasan desapercibidos; de hecho, me arriesgaría a decir que “Ultimatum” no sería extrañado si se omite de la compilación y que los lectores que disfruten especialmente “El temblor” o “Tierra de promisión” no sentirán lo mismo con la lectura de “Eratóstenes”, “El modelo R” o “El carbón blanco” –siendo estos tres últimos los que me parecen más interesantes desde una lectura que privilegie el delicado trabajo que Courtoisie hace en este libro en relación a lo fantástico o lo maravilloso, lo cual es, a mi entender, lo más interesante que puede ofrecer Los mares a la presente década.
También es sugestivo leer esta trilogía desde la poesía de su autor, y una de las cosas que saltan a la vista en esa perspectiva es que el tercer libro aquí incluido, El mar de la tranquilidad, parece alejarse un poco de la (bien lograda) pretensión narrativa de sus dos predecesores; textos como “La viuda”, “Soplo al corazón” y “Seasons in the sun” son más efectivos en tanto articulación de imágenes que en tanto narrativa, y quizá valga la pena pensarlos más como poemas en prosa que como cuentos. Así, la “Trilogía” propuesta por HUM se aparece como más homogénea en sus dos primeros tercios que en el final (lo cual indudablemente ha sido un gesto deliberado del autor: aporta a este razonamiento el hecho de que El mar de la tranquilidad no posea un cuento que lleve ese título).
Queda por determinar el lugar de Los mares en el cuadro más amplio de la narrativa de Rafael Courtoisie, que incluye además las novelas Vida de perro (1997), Tajos (1999), Caras extrañas (2011) y Santo Remedio (2006), más los compilados de relatos Agua imposible (1998) y Sabores del país (2006), entre otros. No faltarán, sin embargo, los lectores que propongan a esta trilogía temprana como lo mejor de su producción narrativa, que está, en todo caso, entre más sugerente y lo más arriesgado escrito por Courtoisie. Su complejidad casi secreta –por decirlo de alguna manera– y su postura ante lo fantástico le aseguran un lugar de relieve en la narrativa uruguaya post-dictadura, y, especialmente, le confieren una persistencia (una forma de vida, 21 años más tarde) que sus predecesores inmediatos o quizá contemporáneos (estoy pensando en Tomás de Mattos, en Mario Delgado Aparaín) no parecen disfrutar.


Publicada originalmente en La Diaria, el jueves 29 de diciembre de 2011

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