Mentiras de Verano, Bernhard Schlink


Elegante inquietud



En la novela El lector, de Bernhard Schlink, hay al menos dos pasajes en los que el narrador se queja de lo poco que llegó a saber de Hannah, su amante, mientras duró la relación. El lector enfrenta, digamos, un juego de pliegues y ocultamientos que queda más o menos resuelto pasada la mitad del libro, cuando nos enteramos de que ella había sido guardiana de un campo de concentración nazi y que, además, no sabía leer y escribir. Esas dos mentiras son uno de los ejes de la trama: cuando Hannah es llevada ante un tribunal por su participación en los crímenes contra el pueblo judío, de hecho, sale a la luz un documento firmado por todas las guardianas para encubrir la muerte en un incendio de un gran número de mujeres judías; pronto Hannah es acusada (injustamente) de haber escrito el documento y ser, por tanto, la verdadera responsable de esa tragedia, pero ella prefiere mentir (otra vez) antes que enfrentar la confrontación con la realidad. El narrador, por supuesto, sabe que ella, analfabeta, no pudo haber escrito tal documento, pero es incapaz de decidir si debe o no ofrecer su testimonio al juez: Su voluntad se desvanece, incapaz de determinar si cree que Hannah de todas formas debe ser castigada, si cree que su decisión de mantener cierta dignidad (lo que ella siente como dignidad) ha de ser respetada, si acaso puede aferrarse a la idea de que existe una verdadera justicia. Entonces, por omisión, miente, quizá porque no es capaz de decidir qué tanto le importa Hannah, quizá porque teme qué consecuencias tenga esa decisión sobre su propia historia.
Esta trama de mentiras (y mentiras dentro de mentiras) permite construir una línea de lectura apoyada en considerar la manera en que construimos para los demás nuestras vidas, nuestras biografías. Ocultamos, exageramos, alteramos hechos, tergiversamos, creamos, en suma, una historia alternativa de nuestras vidas que podrá convenirnos más en determinado momento; proyectamos (como hace Hannah, como hace también el narrador), si se quiere, un fantasma de quien fuimos y quien somos que, cabría pensar, es diferente a la verdad sobre nuestras vidas, accesible o no… seamos colaboradores de los nazis o maridos que ocultan a sus esposas un fin de semana pasado con otra mujer.
Los cuentos de Mentiras de verano, el último libro de Schlink, pueden leerse como variaciones sobre ese tema. Todos están ambientados en el verano, presentado como una suerte de desconexión con la vida “real”, un espacio alternativo y un poco más irreal, un descanso, si se quiere, de esas personas que sus personajes han de ser todo el año en sus trabajos, con sus familias. Los personajes de Mentiras de verano, entonces, están desconectados de sus vidas: están de vacaciones, en una playa remota, en el campo, a veces incluso en sus propias casas pero rodeados de los familiares que rara vez coinciden en un mismo lugar. Y todos mienten. Todos alteran sus pasados y sus presentes; todos, a la vez, enfrentan las indagaciones de alguien más, sus amantes, sus hijos, sus esposas o esposos. En algunos casos (“La casa en el bosque”, “Un extraño en la noche”, “El último verano”) la verdad sale a la luz; en otros (“Temporada baja”, “La noche en Baden-Baden”, “Johann Sebastian Bach en Rügen”) terminamos el cuento con la sensación de que no hemos llegado a enterarnos de todo, que otra mentira, o mejor dicho otro pliegue de mentiras sigue sustituyendo a la esquiva verdad. Y en “El viaje hacia el Sur”, uno de los mejores y más singulares cuentos del libro, es difícil distinguir hasta qué punto la protagonista terminó creyendo sus propias mentiras (y, por tanto, diciendo su verdad).
El libro está construido, entonces, como variaciones sobre estos temas, a la manera de una composición musical como las Variaciones Diabelli de Beethoven o las Variaciones Goldberg de Bach, y podría leerse desde la perspectiva de las relaciones de apropiación de los procedimientos musicales por parte de la literatura. En cualquier caso, la música aparece como un detalle relevante en casi todos los cuentos, especialmente en el ya mencionado “Johann Sebastian Bach en Rügen”, en el que un padre y un hijo hacen un viaje de verano a un pueblo en Alemania donde está llevándose a cabo un festival de música de Bach. La pasión por el compositor es, al principio, el único nexo entre ambos personajes, pero terminado cada concierto, en el momento de cenar, de volver al hotel o de caminar por ahí, las mentiras (y las verdades) empiezan a articular una conexión quizá más profunda.

Anatomía de la mentira
Mentiras de verano por momentos parece convertirse en una pequeña cartografía de la mentira, como si cierto afán enciclopédico (una de las reseñas citadas en la contratapa habla acertadamente de  “miniaturas en prosa”) intentase exponer las diferentes maneras de mentir y las múltiples categorías en que cabe clasificar a las mentiras, todo presentado mediante relatos que cabría leer quizá como fábulas sin moraleja. Hay mentiras que sirven a la infidelidad, por ejemplo, como vemos en el cuento “La noche en Baden-Baden”, y hay mentiras que intentan preservar la paz y la tranquilidad en las últimas semanas en una vida. En “El último verano”, precisamente, encontramos a un moribundo que evita contar a su esposa, sus hijos y sus nietos (reunidos en su casa en el campo para pasar sus vacaciones) que ha planeado su suicidio para el momento en que el dolor le resulte insoportable.
Ese afán enciclopédico también puede apreciarse en el tono que Schlink eligió para su libro: es fácil percibir cierta frialdad y cierta distancia en la manera en que se nos narran los acontecimientos, incluso en “Un extraño en la noche”, el único cuento de la compilación narrado en primera persona. Las voces narrativas evitan juzgar, evitan entrometerse demasiado con las mentiras y las verdades de los personajes, como si se intentase preservar la delicada trama de realidad y ficción que hace a las historias de vida que se comparten y a los fines que se persiguen. Esto es especialmente visible en los finales de los cuentos, que eluden cualquier explosión dramática o irrupción de sentimentalismo y parecen disolverse en el indeterminado futuro de los personajes (o en su no-futuro, mejor dicho, porque lo que se siente al terminar cada uno de los cuentos es que esas fantasmagorías invocadas por el narrador sólo sirvieron para contarnos esa historia y, por tanto, no pueden proyectar alguna forma de existencia independiente). En cierto sentido, todas las situaciones permanecen “abiertas”, porque, tramadas en torno a ciertas mentiras, de alguna manera terminan agotándose. Los personajes de Mentiras de verano mienten y se cansan de mentir; mienten y olvidan por qué lo hicieron o qué perseguían con tantas mentiras. El deseo se evapora, digamos, y la vida fingida para satisfacerlo se aparece como un cascarón vacío, como espuma. Los narradores sucesivos de estos cuentos, entonces, parecen contar las historias bajo la convicción de que en el fondo nada es realmente importante –ni siquiera la muerte, ni siquiera la razón por la que no se es capaz de dejar de engañar a una pareja, ni siquiera los hechos remotos que dieron forma a las vidas de los personajes.
En cierto sentido, la indecisión o parálisis que aqueja al narrador de El lector reaparece aquí, en los personajes de Mentiras de verano: no todos deciden qué hacer, qué cambios imponer a la situación, tras enterarse de que se les ha mentido; no todos los mentirosos insisten en sus mentiras hasta las últimas consecuencias; no todos, además, son capaces de tomar decisiones o convencerse de que determinados asuntos (en relación a los cuales se les mintió, en relación a los cuales mienten) son realmente importantes. El libro pasa como un divertimento, una composición de música de cámara discreta, sobria y elegante, pero a la vez algo permanece: cierto malestar, ciertas dudas. El lector siente que quizá también a él se le ha mentido de alguna manera y entrevé, o cree entrever, no una verdad específica sino su presencia a lo lejos, su necesidad de existir… pero, como los personajes, sabe que no podrá (o no querrá) hacer lo necesario para descubrirla. O que formularla sería, también, mentir. Falta, digamos, la voluntad, la presencia de ánimo, como si no hubiera ya lugar para ciertas afirmaciones. Porque la prosa de Schlink logra (incluso a través de la traducción) crear ese clima de inquietud y desgana, tanto en El lector, para muchos su mejor novela, como en Mentiras de verano

Publicada en La Diaria el 27 de abril de 2012

Comentarios

  1. Estoy leyendo con mucho gusto estos cuentos de verano de Bernard Schlink. Me gusta mucho tu comentario sobre el libro. muchas gracias. Cecilia Bustamante de Roggero

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

César Aira, El marmol

Finnegans Wake, James Joyce (traducción de Marcelo Zabaloy)

Los fantasmas de mi vida, Mark Fisher